“Naturalicé la violencia a mi hija, hoy está muerta”

Imagenmedia Noticias27 noviembre, 2020
El Refugio, Ahome, Sinaloa.- Lupita creció en una familia de rancho en el norte de Sinaloa, fue la tercera de 5 hijos,  3 varones y 2 mujeres; su padre Miguel, era  ganadero, se levantaba a las 4 de la mañana para ir a trabajar, antes de que cantará el gallo, junto con su hermana Manuela ayudaban a su madre   Antonieta, a preparar el desayuno y atender a “los hombres de la casa”.
Las tareas de las mujeres estaban enfocadas en atender a los hombres y “pobre de aquella” que no cumpliera con lavar la ropa, planchar, limpiar o hacer comida, de estudiar ni hablar, eso no era para ellas, el único futuro que tenían era casarse y tener hijos.
Cada tercer día Antonieta recibía una tunda de golpes por parte de su esposo, los varones agachaban la cabeza y las mujeres reprimían el llanto, nadie podía mostrarse débil, y después de la agresión se acercaba a los menores para hablar con ellos.
“No sé asusten, esto que vieron es algo normal entre su padre y yo, él me pega por qué me ama y también los ama a ustedes”, recordaba Lupita las palabras de su madre.
Cuando tenía 14 años, Lupita conocería a un joven que trabajaba para su padre, se enamoró y vio en él la oportunidad de salir de su casa, pensó que se trataba del famoso “príncipe azul” de  esos cuentos que su mamá les contaba.
Sabía lo que tenía que hacer, lavar, planchar, cocinar y atender al hombre de la casa, nunca contestarle y siempre estar dispuesta, poco tardo para darse cuenta de que eso no era suficiente.
Después de algunos años y tres hijos,  Lupita se dio cuenta de que a su marido no le alcanzaba el dinero porque le gustaba la bebida y las mujeres, y sin importar si había dinero para la comida, en se merecía “esos lujos”, únicamente esa vez lo encaro con reclamos, después de los golpes recibidos, solo le quedó aguantar
“No sé asusten, esto que vieron es algo normal entre su padre y yo, él me pega por qué me ama y también los ama a ustedes”, repetía Lupita a sus hijos aquellas palabras que una vez su madre le recitaba.
Cuando la mayor de sus hijas, Amelia cumplió los 22 años decidió irse a vivir con un policía que había estado tratando durante algunos meses, parecía un buen hombre, fuerte, bien parecido y amable, alguien que cuidaría de ella.
A los meses, una madrugada de marzo Amelia llegaría a casa de sus padres  pidiendo ayuda, “el policía” había llegado tomado, la levantó de su cama,  quiso obligarla a tener relaciones sexuales y cuando ella se negó, él la trato de someter a golpes, ella escapó de puro milagro.
 “No te asustes Amelia, esto que viviste es algo normal entre parejas, yo lo viví con tu padre,  te pega por qué te ama”, fue el consejo que Lupita le dio a su hija Amelia.
Al tiempo “el policía”,  llegó con súplicas a rogar perdón, él iba a cambiar, quería una familia con ella y hasta le propuso matrimonio para convencerla, ella aceptó, y se casó con él en una ceremonia modesta, pero bonita, estuvieron presentes las familias de ambos, y el amor rondaba en el aire.
Después de la fiesta, ya pasados de copas y frente a los pocos invitados que aún permanecían en el lugar,  “el policía” le reclamaba a Amelia que alguna vez lo hubiera dejado, que  no lo amaba tanto como él a ella.
“Claro que te amo, yo haría cualquier cosa por ti”, decía Amelia.
“¿Cualquier cosa, estás segura?”, replicaba el policía
“Si, cualquier cosa, hasta mi vida daría por ti”, insistía Amelia.
Ante estas palabras “el policía”  tomo una manzana y la coloco en la cabeza de Amelia, ella se sorprendió, pero se quedó parada, él tomó su distancia, saco su arma y le apunto a la cabeza, por un momento reino el  silencio, algunos retuvieron la respiración para no hacer ruido, otros le decían que se calmara, Lupita estaba entrando a su infierno.
Después de la detonación del arma,  Amelia cayó al piso, Lupita corrió hacia ella, su hija había sido asesinada por su esposo, aquel que de vez en cuando era violento porque la amaba, y no entendía por qué ahora la historia era diferente, con su mamá fue así, con ella fue así, y ahora Amelia estaba muerta.
La culpa fue del policía, que se fue huyendo, fue de Amelia por creerle, fue de Lupita que le dio el mismo consejo de su madre, fue de los hombres que le enseñaron que la violencia era amor, la culpa ¿De quién fue
la culpa?
Para Lupita  la culpa es de ella, fue consciente  que en su vida siempre estuvo arraigada la violencia, como un obstáculo dentro de su familia, aprendieron a justificarla,  normalizarla,  la elevaron al rango del amor, aunque siempre fue lo opuesto, y ahora que se atreve hablar, al contar su historia solo puede decir:  “Naturalice la violencia  a mi hija, hoy está muerta”.

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